viernes, 31 de octubre de 2008

Todo comenzó con una palabra

Parecía un día normal, sonó el despertador y comencé a abrir los ojos, me costaba un poco más despertarme, había estado trabajando hasta muy tarde y el cansancio comenzaba a pasar factura.
Conseguí ponerme en pie, una ducha rapidita y tras un café bien cargado salí a la calle, dando gracias por el nuevo día que había comenzado y poniéndome a disposición de lo que me tuviera preparado para él.
Era el recorrido de cada día, parecía que todo estaba en su sitio, doblé la esquina de mi calle... y algo no estaba donde debía, había alguien sentado en el portal del número 27, tenía mal aspecto, sucio, con cara de no haber comido en mucho tiempo, triste, con la mirada perdida; estaba acurrucado, hacía frío, ya estaba cercano el invierno.
No pude evitar pararme a su lado, me agaché, le pregunté si necesitaba ayuda, él no parecía oirme, ni siquiera dirigió sus ojos hacia mi cara, seguía acurrucado. Volví a preguntarle si necesitaba algo, si quería comer algo o si necesitaba ir a algún sitio, pero él siguió inmóvil.
Yo me asusté de verdad, ¿estaría... muerto?, pero de repente una lágrima cayó al suelo, venía de su cara, parecía querer decir algo pero no podía articular palabra, le ayudé a levantarse, di media vuelta y regresé a casa con él, le invité a que se diera una buena ducha, saqué del armario algo de ropa, parecía que la mía le podía sentar bien y le preparé un buen desayuno.
Cuando hubo llenado su estómago, ya estaba aseado, afeitado y bien limpio, sentado frente a mi en la mesa de la cocina, dijo: GRACIAS.
Pareció como si algo hubiese encendido una luz en mi, volvió a decir: GRACIAS - añadiendo - me ha salvado la vida.
Nos quedamos largo rato charlando, bueno más bien, yo le escuchaba, me contaba una vida dura, de soledad y tristeza pero que parecía haber encontrado una salida.
Le invité a ir conmigo al centro de acogida en el que trabajo, allí podría colaborar y además estar, se trataba de una nueva oportunidad.