jueves, 28 de mayo de 2009

Una llama con mucha luz

Una llama con mucha luz.
Había anochecido, se les había echado el tiempo encima y entre risas e historias no se habían dado cuenta, sólo tenían una linterna para guiarse por el camino de vuelta y no tenían nada para encender un fuego y así poder fabricar unas antorchas improvisadas.
Llegaron a un descampado que no recordaban haber cruzado en la mañana, por lo que todos pensaron lo mismo: ”Nos hemos perdido”. Tenían comida, agua y abrigos, si se acostaban, todos juntos, se darían calor unos a otros y así esperarían a que el sol saliera para poder regresar.
El cielo estaba repleto de estrellas, ni una nube, pero tampoco la luna estaba presente para alumbrar la noche.
Uno de ellos dijo que con dos ramas y un trozo de cuerda él podría hacer fuego, que estaban cansados para lo de las antorchas, pero que si tenían una pequeña hora ahuyentarían a los animales.
Con la tenue luz de la linterna y sin moverse mucho de donde estaba sentado, localizó unas cuantas maderas y algunas piedras. Con las piedras hizo un círculo y escarbó un poco en la tierra, un pequeño hoyo para que el fuego se mantuviera encendido toda la noche.
Amarró la cuerda a los dos extremos de una de las ramas y rodeando la otra con la cuerda y haciendo un arco comenzó a frotar la cuerda y una de las ramas, tardó un buen rato, pero consiguió unas chispas con las que prendió las ramas de pinocha y así encendió el fuego en el hoyo improvisado.
Se colocaron alrededor del fuego y, mientras compartían la cena, a uno de ellos le vino a la mente la historia de Pentecostés y se la recordó al resto: “Cuando los discípulos de Jesús habían recibido el Espíritu en forma de llamas”, (famosos pintores lo habían plasmado en cuadros conocidos), ellos esa noche, gracias al tesón de uno, habían recibido ese fuego, esa luz, ese regalo, ese favor. Debían hacer algo por otros que también se encontraban perdidos, con dificultades, con miedos.
La sugerencia, a todos, les pareció buena idea; cada uno se hizo con una rama y acercándola al fuego fue encendiéndola y diciendo en voz alta a lo que se podrían comprometer, a quién ayudarían llevándole esa llama que había recibido, una rama con mucha luz.
Uno habló de ayudar a un compañero al que no le iba bien en los estudios, otro comentó que un compañero de trabajo no tenía muchos recursos y con mucho esfuerzo estaba construyéndose una casa y le iba a echar una mano, a esta idea se sumaron unos cuantos más.
Uno de ellos dijo que hacía poco habían abierto en su barrio un centro de mayores, que a veces veía a algunos pasear solos y que a lo mejor necesitaban hablar o, simplemente, tener a alguien cerca. Otro se iba a ofrecer a dar clases de apoyo en una parroquia cercana de un barrio marginal.
Así, poco a poco, todos fueron encendiendo su llama, era como en Pentecostés, habían recibido el Espíritu, ellos no hablaban diferentes lenguas, pero sí habían descubierto diferentes modos de responder a Dios ante la llamada de la solidaridad.

jueves, 7 de mayo de 2009

Hoy te quiero contar una historia

Era domingo, muy temprano, el sol salió y desplegó sus rayos sobre el horizonte; el mar comenzó a salir de su oscuridad y a reflejar los colores intensos del amanecer.
No había dormido muy bien, últimamente mis nervios ante un viaje me jugaban muy malas pasadas, a pesar de que viajaba más que nunca. Parecía que me costaba más hacerlo y además, ya no me parecía ten divertido eso de subirme al avión y descubrir nuevos lugares.
Tenía todo preparado, salí hacia el aeropuerto, mi hermano se había ofrecido a llevarme, a pesar de ser domingo y tener que madrugar.
Al subirme al coche notó mis nervios y se sorprendió, desde pequeños siempre le había llamado la atención mi ilusión por viajar, por subirme a un avión, incluso recordaba como, en una época, hablaba de que quería ser piloto de aviones, me encantaba la idea de volar como espacio de libertad, pero hoy reflejaba todo lo contrario.
Ante su sorpresa por mi estado de ánimo no dudó en preguntarme qué me ocurría. Yo le manifesté que lo que antes suponía una ilusión, algo divertido, una experiencia maravillosa, ahora se había convertido en un verdadero tormento. Me habían tocado un par de aviones que habían tenido que regresar a tierra después del despegue y es una sensación bastante desagradable y lo que antes me daba seguridad, ahora me angustiaba, no me hacía disfrutar.
Él me dijo: "pues hoy te quiero contar una historia".
Un anciano vivía en una aldea en mitad de una montaña, hacía muchos años la aldea estaba habitada por un centenar de habitantes, llena de vida, pero poco a poco los más jóvenes fueron yéndose a la ciudad y los más mayores fueron llenando el pequeño cementerio de la aldea. El anciano terminó quedándose solo, no se había casado y no tenía familia, así que no tenía dónde ir. Cuando se vio solo empezó a plantearse qué hacer; por ahora podía seguir cultivando la tierra y cuidando de los animales para poder mantenerse, cuando esto no fuera posible, entonces pensaría en otra solución, pero mientras tanto intentaría disfrutar de los días que Dios le iba regalando.
Una mañana, la panadera, al entrar a dejarle el pan, se dio cuenta del gran silencio que reinaba en la casa, le llamó, pero él no dio respuesta, así que llegó hasta su habitación, allí estaba, había dejado de respirar pero su cara reflejaba una gran felicidad. Lo primero que ella pensó fue que el anciano no se había dejado vencer por nada, ni el miedo, ni la soledad, ni la edad; él había vencido todos los obstáculos y eso le había permitido ser feliz.
Acabó la historia en el momento justo en el que llegábamos al aeropuerto, no me hizo falta que me preguntara si había entendido cuál era la moraleja, me hizo recordar una frase bien aprendida en mi adolescencia: "Las dificultades o las vencemos o nos vencen".
Ese día el despegue del avión me volvió a recordar a una montaña rusa del parque de atracciones y por un momento pude cerrar los ojos y regresar a los viajes familiares de la infancia.