jueves, 25 de diciembre de 2008

Y llegó Navidad

Por fin había llegado el día de Navidad, el sol entraba por la ventana, hacía las veces de despertador, quería hacer levantar a todos, porque había llegado el día tan esperado.
Uno a uno fueron levantándose de sus camas para bajar a desayunar, ese día no había hora fijada para ponerse en pie, pero parecía que habían acordado empezar el día todos a la vez.
Los educadores tenían todo preparado en la mesa del comedor, la leche, los cereales, unas ensaimadas calentitas.
Pero era verdad, no estaban todos, faltaba alguien, no era cualquiera, faltaba Carlitos, el más pequeño de todos, el que siempre se levantaba el primero, hoy parecía que se le habían pegado las sábanas, no se lo podían creer, nadie se había dado cuenta de que Carlitos seguía en la cama cuando bajaron.
Alejandro se presentó voluntario para subir a buscarle, salió disparado escaleras arriba, de pronto se oyó un grito, Carlos no está aquí. Sin pensarlo se levantaron todos de la mesa, dejando a un lado los suculentos manjares, eso no importaba, faltaba Carlitos.
Buscaron por toda la casa, se atrevieron, incluso, a salir al jardín todo lleno de nieve, miraron en todos los rincones, Carlos no estaba. La preocupación les empezó a llenar sus cabezas de pensamientos nada buenos.
Los educadores debatían si llamar a la policía, a urgencias, a quién...
De pronto, se oyó el timbre, salieron todos corriendo hacia la puerta, todos querían llegar los primeros para ver si era Carlos el que estaba esperando fuera muerto de frío, peron al abrir descubrieron que era su vecina, la anciana que les traía los mejores dulces del mundo el día de Navidad, al verles las caras de tristeza, se quedó clavada en la puerta y preguntándoles si este año no querían sus dulces, ellos en un segundo y a la vez intentaron explicarles lo que les ocurría, ella no entendía ni una sola palabra, por lo que les pidió que uno hiciera de portavoz y así se enteraría de cuál era el problema que tanto les preocupaba para no tirarse a coger los dulces.
Alejandro le contó en un momento que Carlitos había desaparecido y no sabían dónde estaba, que habían buscado por todos sitios y no le encontraban y estaban muy preocupados.
La anciana, entonces, logró tranquilizarlos, Carlitos se levantó muy temprano y fue a mi casa para ofrecerse a preparar los dulces del día de Navidad, quería que este año fueran especiales, me propuso que en vez de ser esas rosquillas exquisitas de todos los años, tuvieran formas especiales según las características de cada uno, y viene ahora porque estaba terminando de empaquetar cada dulce.
Quería que el de Pedro fuera una gran sonrisa, el de Luis un gorro de dormir, el de Alejandro una mano extendida, el de Alberto un libro grande, el de Antonio un oso cariñoso, el de Juan una caja para guardar tantas cositas. Y para cada educador un corazón muy grande por todo el amor que guardaban dentro.
De los ojos de todos ellos fueron bajando unos lagrimones bien cargados, el susto había pasado, pero además habían descubierto que el ángel que vivía con ellos les había vuelto a llenar el corazón.
Como no, era Navidad, su niño Dios personal, había vuelto a nacer en ese hogar.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Una historia extraordinaria

Hoy Ana se había encontrado con un día lleno de cosas: varios exámenes por la mañana, muchos deberes para casa, los entrenamientos de la tarde y además sacar a Rufo cuando llegara a casa... un día cargado de actividad.
Pero eso no era todo, cuando ya parecía que comenzaba la tranquilidad, encendió el ordenador, abrió su correo y allí estaba un mensaje de Miguel, hacía mucho tiempo que no sabía nada de él, parecía como si se lo hubiese tragado la tierra.
Miguel le pedía disculpas por haber desaparecido durante tanto tiempo, pero habían pasado muchas cosas: empezando por un viaje con sus padres, de forma inesperada, nadie le había dicho nada sobre ello y él tampoco pudo informar a los amigos. Fue un viaje por varios países y cuyo objetivo no era hacer turismo, sino conocer las situaciones de injusticia que se cometían en ellos. Su padre, recientemente nombrado observador de UNICEF, debía visitar esos lugares para comprobar, en el lugar, lo que ocurría con la infancia, y decidió que su hijo debía ir con él y conocer, de primera mano el mundo, en el que vivía.
Había ido a Camerún, Mozambique, El Congo, Bolivia, Colombia y Brasil. Dos continentes, seis países con problemas muy gordos, pero había sido tan enriquecedor que necesitaba varios días para contárselo todo, de todas formas quería adelantarle algo.
En Camerún había conocido a Pierre, un adolescente como él que como en secreto le había comentado que estaba preparando todo para poder salir del país, buscando una vida mejor, un trabajo y algo de dinero para poder ayudar a su familia que vivía en una habitación todos juntos, eran 15 entre abuelos, padres y hermanos.
Miguel se había quedado tan impactado, porque para él era prácticamente imposible pensar que él tuviera que dejar su casa para irse a buscar un trabajo y ayudar a su familia, su mentalidad, su forma de vida, su capacidad de ver la realidad no alcanzaba para entender aquello. La historia de Pierre era de película y a Miguel le movió el corazón. Lo primero que hizo fue hablar con su padre, le comentaba la historia con un tono en el que dejaba escapar la sensación de que si se la había contado sería porque él podría hacer algo por Pierre.
El objetivo del padre de Miguel le iba a dar más complicaciones de las que pensaba, Miguel se atrevió a pedirle a su padre que buscara una solución para Pierre; si le había traído para ver de cerca los problemas del mundo, no podía quedarse al margen de ellos una vez que los había conocido.
El padre de Miguel le intentaba explicar que eso no se podía solucionar sobre la marcha, que había que dar unos pasos, que existía un protocolo, palabra que Miguel entendía pero que no compartía.
Insistió tanto que se le ocurrió decir que él dejaría de gastar dinero en cosas innecesarias, que no pediría nada por Reyes en los próximos 10 años si se solucionaba la situación de Pierre para que no tuviera que salir de su casa y la familia pudiera tener una ayuda; se trataba de un niño todavía y los derechos del niño hablaban, tal como se lo había contado su padre, de que el niño tenía derecho a vivir con su familia y a tener lo imprescindible para vivir de forma digna.
El padre de Miguel, por más que intentaba explicarle que la solución del problema de Pierre no estaba únicamente en sus manos, terminó por claudicar y poner a su hijo entre las cuerdas, le comentó una posibilidad: a través de una agencia de ayuda al menor, apadrinar a un niño, o sea, a Pierre, y él sería el encargado de cuidarle, de mantenerle, de hacer que no le faltara nada a su familia ni a él. Miguel accedió sobre la marcha, sabía que eso le iba a costar más de un disgusto, porque tendría que renunciar a algunas cosas, pero siguió con su propósito.
Eso era lo más impactante que le había ocurrido en el viaje y se lo quería contar a Ana lo más rápido posible. Había aprendido más de lo que podía esperar y prometía contarle el resto de experiencias en cuanto se vieran.
Ana se había metido tanto en la historia que le contaba Miguel por correo que parecía haber viajado ella también y se imaginaba cada frase contada por Miguel.
Había aprendido que la solidaridad a veces toca tanto la vida de las personas que les hace renunciar a su propia vida para dar a los demás un poco de felicidad.

viernes, 31 de octubre de 2008

Todo comenzó con una palabra

Parecía un día normal, sonó el despertador y comencé a abrir los ojos, me costaba un poco más despertarme, había estado trabajando hasta muy tarde y el cansancio comenzaba a pasar factura.
Conseguí ponerme en pie, una ducha rapidita y tras un café bien cargado salí a la calle, dando gracias por el nuevo día que había comenzado y poniéndome a disposición de lo que me tuviera preparado para él.
Era el recorrido de cada día, parecía que todo estaba en su sitio, doblé la esquina de mi calle... y algo no estaba donde debía, había alguien sentado en el portal del número 27, tenía mal aspecto, sucio, con cara de no haber comido en mucho tiempo, triste, con la mirada perdida; estaba acurrucado, hacía frío, ya estaba cercano el invierno.
No pude evitar pararme a su lado, me agaché, le pregunté si necesitaba ayuda, él no parecía oirme, ni siquiera dirigió sus ojos hacia mi cara, seguía acurrucado. Volví a preguntarle si necesitaba algo, si quería comer algo o si necesitaba ir a algún sitio, pero él siguió inmóvil.
Yo me asusté de verdad, ¿estaría... muerto?, pero de repente una lágrima cayó al suelo, venía de su cara, parecía querer decir algo pero no podía articular palabra, le ayudé a levantarse, di media vuelta y regresé a casa con él, le invité a que se diera una buena ducha, saqué del armario algo de ropa, parecía que la mía le podía sentar bien y le preparé un buen desayuno.
Cuando hubo llenado su estómago, ya estaba aseado, afeitado y bien limpio, sentado frente a mi en la mesa de la cocina, dijo: GRACIAS.
Pareció como si algo hubiese encendido una luz en mi, volvió a decir: GRACIAS - añadiendo - me ha salvado la vida.
Nos quedamos largo rato charlando, bueno más bien, yo le escuchaba, me contaba una vida dura, de soledad y tristeza pero que parecía haber encontrado una salida.
Le invité a ir conmigo al centro de acogida en el que trabajo, allí podría colaborar y además estar, se trataba de una nueva oportunidad.

martes, 9 de septiembre de 2008

Las bienaventuranzas de comienzo de curso

Dichosos los que sepan poner buena cara al comenzar su jornada, ellos acabarán el día con alegría.
Dichosos los que puedan contar hasta diez antes de dar una mala contestación, habrán ganado en el otro un aliado.
Dichosos los que esperan su turno sin desesperar ni poner al que atiende de muy malas maneras, recibirán un trato mejor.
Dichosos los que saludan a sus compañeros con una cara alegre, verán en los otros una buena respuesta.
Dichosos los que sepan relativizar las dificultades y poner cada cosa en su sitio, conseguirán una jornada pacífica.
Dichosos los que sepan cómo solucionar un problema sin nervios, transmitirán calma a los que les presentan el problema.
Dichosos los que sepan empezar el día como una aventura nueva, conseguirán encontrar el tesoro al final de su jornada.
Dichosos los que saben escuchar, saben mirar, saben apreciar, saben corregir; tendrán menos dificultades con sus compañeros.
Dichosos los que entienden que una dificultad es una y no la perdición, su carrera será menos cansada.
Dichosos los que entienden que perfecto, sólo Dios, porque sabrán asumir sus frustraciones sin venirse abajo.
Dichosos los que… crean que todo lo que acabamos de escuchar es posible, han subido un peldaño más en la escalera de su vida.

viernes, 22 de agosto de 2008

Palabras difíciles de decir

Momentos difíciles de explicar tras los acontecimientos que se están viviendo estos días en nuestro país, de forma más cercana en Gran Canaria.
Pensar en palabras para poder expresar los sentimientos que surgen después de esta catástrofe es bastante complicado, yo diría que casi imposible. El dolor de tantas familias, las de 153 personas, algunas de las cuales no habían casi empezado a vivir, nos desborda y hace que hasta la ruidosa ciudad de Las Palmas parezca, en estos días, silenciosa. Nadie parece querer hablar, decir nada, para no hacer brotar una lágrima.
Parece ser el silencio la mejor forma de consuelo, un silencio que lo diga todo, que lo demuestre todo.
Me enteraba del accidente por una amiga que se asustó al pensar que yo podría estar en ese avión y que a la vez me hizo recordar en una persona que debía volar ese día con destino a Gran Canaria, afortunadamente en el siguiente vuelo. Desde ese momento me dio la sensación de que el corazón se me iba encogiendo por momentos, a medida que el número de víctimas subía, el dolor hacía que salieran de mis ojos lágrima, recibía llamadas para saber si conocía a alguien, pensar en esa posibilidad dolía mucho más.
En este momento se me ocurre que mi palabra puede ser la del SILENCIO para una oración por cada uno de los que han perdido la vida, por sus familias y amigos y, por supuesto, por todos los que han sobrevivido. Un silencio de respeto, de acogida, de escucha, un silencio lleno de AMOR para todos ellos.

jueves, 7 de agosto de 2008

Si tú fueras yo, ¿qué dirías?

En estos días he podido reflexionar sobre lo difícil que es saber decir las cosas a los otros, no sólo por tener o no tener confianza, a veces creemos tenerla con algunas personas pero no sabemos decirles lo que pensamos con la suficiente tranquilidad y buenas maneras para que no se forme un conflicto.
Dicen que un joven muy timido , no sabía como enfrentarse a un buen amigo suyo para decirle que, a veces, sus afirmaciones y su forma de actuar le hacían mucho daño.
Este joven, todos los días se proponía hablar con su amigo, se colocaba delante del espejo y ensayaba su discurso, incluso llegó a colocar en el espejo una foto de su amigo para hacer más real la situación.
Pero todo esto quedaba en buenas intenciones, porque cuando se encontraba con su amigo, al que apreciaba mucho, dejaba a un lado si valor, sus ensayos y seguía aguantando aquello que le molestaba, sin rechistar.
Un día el amigo se acercó y le dijo: "Si tú fueras yo ¿qué le dirías a alguien que no puedes aguantar las reacciones que suele tener contigo?". El joven quedó sorprendido, parecía que el amigo le leía el pensamiento y le estaba dando la oportunidad de expresar todo aquello que llevaba ensayando tanto tiempo.
No lo pensó dos veces, comenzó por explicarle cómo se sentía, a describirle cada una de las reacciones que le molestaban, a decirle que en muchos momentos había pensado en dejar de ser su amigo pero que los lazos de la amistad podían más que las molestias. Así, con mucha tranquilidad, con mucho amor, le hizo caer en la cuenta de todas aquellas cosas que debía respetar de su amigo; pero aprendió otras lecciones: saber esperar los momentos más oportunos, no rendirse a la primera, estar al lado del amigo cuando le necesita... y, sobre todo, que la palabra abre muchas puertas y una muy grande, la de la amistad verdadera.

viernes, 11 de julio de 2008

Un cuento "Escucha una palabra"

Un cuento para comenzar con la palabra:
Un anciano paseaba al borde de un camino, ya cansado y gastado por los años y por la propia vida, sin fuerzas, sin ánimo para seguir adelante; iba sin rumbo, ya lo había perdido todo, al llegar a un pequeño bosque decidió sentarse a la sombra de un gran árbol, por su tamaño el árbol parecía tan viejo como él, pero este estaba erguido, con un colorido propio de la juventud, lleno de vida, en sus ramas muchos pájaros hacían sus nidos.
El anciano intentando entregar su vida a la tierra, ya que el cansancio le impedía ponerse de nuevo en pie, creyó oir una voz que venía de lo más profundo del árbol. Extrañado, hizo el esfuerzo de levantarse, volvió a oir que una voz salía del árbol intentando hacerle hablar, que le contara por qué había llegado a esa situación.
El anciano, confiado de que la voz no venía del árbol, rodeó como pudo su gran tronco, pero allí no había nadie, miró a su alrededor, pero parecía estar sólo en aquel bosque. Cuando por tercera vez escuchó la voz preguntó al aire: ¿quién eres? ¿qué quieres?.
La voz sonó más fuerte y haciéndose entender preguntó al anciano: ¿qué te ocurre?, ¿por qué vienes aquí a perder lo que te queda de vida? ¿no eres capaz de dar a otros todo lo que has vivido?.
El anciano sin palabras, un poco por temor, otro poco por darse cuenta de que alguien leía en su interior, decidió volver al camino, regresar con la cabeza bien alta y llegar a su pueblo.
Todos los vecinos que, preocupados por él, no sabían cómo ayudarle, quedaron sorprendidos al verle entrar por el pueblo como si hubiése recobrado la vida.
Al preguntarle qué le había ocurrido, el anciano sólo contestó, alguien ha pronunciado unas palabras y yo las he sabido escuchar.

jueves, 10 de julio de 2008

Tu palabra es importante

COMIENZO DE LA PALABRA
Aquí comienza la experiencia de este nuevo blog en el que espero que la palabra tenga mucha importancia para muchos