Al comenzar el día
caminaba despacio por el sendero, el sol intentaba salir pero parecía estar
perezoso esa mañana. Me paré y miré al horizonte, de repente sentí que la luz
se había quedado quieta, el sol no se movía y no aparecía tras la montaña.
Comencé a sentir un frío extraño, algo estaba ocurriendo, el sol había dejado
de moverse y parecía que todo iba a perder la vida, que el frío helador nos iba
a cubrir, mi corazón comenzó a latir rápidamente debido al miedo que iba
llenando cada hueco, en ese instante mi cerebro le dio una orden a las piernas y
comenzaron a avanzar, a la vez el sol continuó su ascenso y asomó
detrás de la montaña, como cada mañana. El corazón comenzó a volver a su ritmo
normal.
No se había parado el sol, yo había parado mi vida, me había quedado
quieta en medio del camino. Con el movimiento fui consciente de la realidad de la
vida, somos responsables de que la existencia, la propia y por tanto la de los que
nos rodean, siga su paso, para eso debemos querer avanzar en cada momento.