Un niño que le vio asomado a su ventana se acercó a ella y
le regaló una bella sonrisa, el anciano cerró las cortinas pensando lo atrevido
que era ese niño y por qué venía a él si no le conocía de nada. El niño lejos
de irse se acercó a la puerta y tocó al timbre, el anciano medio enfadado abrió
la puerta mirando a la altura del niño y allí estaba con un caramelo en la mano
ofreciendoselo como regalo. El anciano le dijo que no comía caramelos que sus
dientes estaban perfectos y que así debían permanecer hasta su último día en la
tierra, el niño cambió su sonrisa por una lágrima que enterneció el corazón
vacío del anciano, ya que nadie le había ofrecido nunca un gesto de cariño,
recibió el caramelo del niño y con ello devolvió la bella sonrisa a su tierna cara.
Aquella noche el anciano entregó su vida a unos bellos
ángeles que vinieron a su encuentro, se fue con paz, había descubierto que
aunque sólo fuera por un instante le habían hecho el mejor regalo, ¿el
caramelo? no, el amor de la entrega sin espera.
Regalemos el amor que lo material no nos llena el corazón.