Un maestro iba de camino a casa, en
su maleta llevaba algo más que controles y trabajos para corregir, llevaba un
gran corazón. Al doblar la esquina de la calle en la que vivía encontró a uno
de sus alumnos sentado en un escalón, su mirada fija en la nada, parecía
derrotado, se paró ante él pero el niño no modificó su expresión por lo que
decidió sentarse a su lado en silencio y esperar pacientemente.
El niño se percató de la presencia
del maestro y le miró fijamente, las palabras no podían salir de su boca pero
percibió en la mirada del maestro un cariño que envolvía todo su dolor y
sintió, de repente, un gran alivio que le ayudó a contarle cuáles eran sus
temores, sus problemas. El maestro escuchaba cada palabra desde el corazón, las
hacía suyas intentando ponerse en su lugar, ir haciendo camino con él.
Cuando el niño finalizó su relato, el
maestro le dijo: “sólo en ti está la
solución, pero yo puedo ayudarte a encontrarla y a ponerla en práctica, si
quieres te acompaño en el camino”.
El niño cambió su mirada, ya no
estaba perdido, había encontrado a alguien que le ayudaría, alguien que le
acompañaría en su búsqueda, alguien que le ayudaría a encontrar soluciones a
sus dificultades.
Se levantaron y continuaron juntos el
camino, dándose cuenta de repente que no iban solos, alguien estaba con ellos,
les acompañaba también en su camino, descubrieron una mirada que les llegaba al
corazón, la mirada del MAESTRO.
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