Ese día el sol brillaba en lo más alto del
cielo, pero los árboles de aquel frondoso bosque conseguían mitigar el calor,
los pequeños animales correteaban buscando comida, las aves se posaban en los
árboles para alimentarse y para que el sol no les quemara las alas.
Un niño caminaba en medio de ese jolgorio, parecía
interesado en encontrar algo, miraba al suelo en todo momento, incluso en
alguna ocasión tuvo que esquivar un árbol con el que estaba a punto de chocar
con su cabeza.
De pronto una ardilla que saltaba de árbol en
árbol y que andaba casi tan distraída como él, chocó contra su espalda, él sin
inmutarse continuó caminando, la ardilla medio atontada, en el suelo, boca
arriba fue despejándose, al ponerse en su posición habitual corrió detrás de su
“muro de choque”, sin miedo a que el niño la pudiera atrapar. Al llegar a su
altura se paró delante de él, el niño estuvo a punto de pisar ese pequeño
cuerpo, pero fue suficientemente rápido como para que su pie esquivara a la
pequeña ardilla.
Se miraron fijamente y el niño se agachó para
verla más de cerca, el rostro de la ardilla demostraba total confianza y no se
apartó lo más mínimo cuando el niño intentó cogerla, sino que cuando su mano se
acercó esta se subió a ella y se agarró fuerte. El niño sorprendido se puso en
pie y se acercó la ardilla a la cara, sintiendo que en su oído escuchaba: “lo
encontré”, no pudiendo dar crédito a lo que escuchaba en medio de la soledad
humana de aquel bosque, se acercó la ardilla a la oreja y volvió a escuchar:
“lo encontré”. El niño sin saber muy bien a quién preguntaba, dijo: “¿qué
encontraste?”. La respuesta fue: “a ti”. El niño no daba crédito a lo que
estaba ocurriendo y dijo: “¿Qué buscabas?”, la respuesta fue la misma: “a ti”.
El niño dijo: “¿Por qué me buscabas?” y escuchó: “Necesito de tu amor, de tu
cariño de tus cuidados, de tus caricias… Te quiero y te necesito”. El niño miró
a la ardilla pensando: “me he vuelto loco, los animales no hablan”, al instante
salió de detrás de un árbol la madre del niño, ella era la que había soltado a
la ardilla que estaba amaestrada, era la que había respondido a las preguntas…
era esa la voz que el niño escuchaba tantas veces, pero que no supo reconocer.
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